martes, 29 de septiembre de 2015

Bajo la Penumbra

No había luna; el resplandor que emite la tierra estaba tan reducido a causa de la humedad, que solamente los insectos continuaron la búsqueda. Hubo uno que insistía apuradamente. Cansado, se detuvo sobre una hoja de caimito para pensar. Y de tanto pensar y pensar con una determinación tan firme para encontrar la piedra, sintió que de su ser emanaba una chispa. Y luego otra, y otra. Sus diminutos ojos brillaron. Se convenció de que ahora sí hallaría la piedra curativa. Buscó bajo las hojas, junto a las rocas, en los rincones más inimaginables; tenía suficiente luz para iluminar hasta la gruta más oscura. Y por fin encontró la piedra. El Venerable Ser tomó el trocito de jade entre sus manos, que resplandeció. Sólo él tenía ese maravilloso poder. Le preguntó al pequeño insecto qué deseaba como recompensa, pues por su hallazgo los que sufrían alguna enfermedad sanarían y hasta el venado podría ver bien los colores. -¡Oh, no pensé en eso al buscar la piedra! La más grande satisfacción para mí es que puedas seguir haciendo tus curaciones tan importantes- dijo el animalito. -Eres un ser pequeño de grandes sentimientos, y has conseguido brillar por ti mismo al crear tu propia luz. En adelante -prosiguió el dios -.no tendrás que esforzarte para hacerlo. Bastará con que lo desees. Iluminarás las noches más oscuras, y a todo el que te vea le recordarás con tu presencia que la luz, por que era fantástica.


jueves, 24 de septiembre de 2015

El Cocay

En un terremoto, del que pocos saben sus secretos, los dioses bajaban a la Tierra; los hombres aún no se distanciaban de ellos, por lo que acudían, si se les invitaba, en rituales. Había uno que tenía todos los recursos para sanar de cualquier mal a los que se lo pidieran, fuese por calor o viento, por caída o herida, por edad o sentimiento. 
Los animales del monte convivían con él cuando buscaba la hoja o la flor para un emplasto o para masticarla o tomarla hervida en agua. Sus huellas se unían bajo los árboles, y en las cuevas los murciélagos batían sus alas para refrescarlo en los días de canículas. 
El Venerable Ser traía en el pecho,colgada de un hilo, una piedra verde, con cuya luz realizada las curaciones más delicadas. Una ocasión que había llovido durante horas,resbaló en un charco, y al caer, el hilo se reventó al atorarse en una rama. Y la piedra se perdió. Él no se dio cuenta sino hasta mucho tiempo después, cuando llegó a su morada en los acantilados del espejo de agua subterráneo. Regresó al monte y trató de recordar dónde había resbalado. No pudo establecer el sitio con precisión y empezó a examinar con cuidado los lugares por donde había pasado. La piedra era un pequeño jade y no emitía destellos más que en sus manos. Levantó una a una las hojas húmedas; fue infructuoso. Los animales,viéndole en tal apuro, le ayudaron. La vegetación estaba alta y tupida y no fue fácil. Un venado creyó encontrarla y la tomó, entusiasmado; luego vio que en el lugar había más y llamó al dios. 
El Venerable Ser le agradeció profundamente la ayuda, pero se sorprendió de que la piedra no fuese verde, sino ¡roja! Y las demás también. No era común que los venados confundieran los colores, pero éste padecía un mal que el dios se aprestó a corregir. Sin embargo,para completar su trabajo era indispensable la piedra. 
Las liebres eran tan veloces que no buscaban con detenimiento; las alas de las aves se enredaban en los bejucales y varias plumas quedaron atoradas en los abrojos. El jaguar, soñoliento, se dio por vencido. Los monos se distraían y no lograban hallar nada. Las culebras también contribuyeron, pero asustaban a los roedores, que temiendo algún exabrupto de los reptiles, mejor se escondían. Y llegó la noche.

http://mitosyleyendascr.com/mexico/mexico38/

viernes, 11 de septiembre de 2015

Panteón Jardines del Recuerdo


Aunque este panteón se encuentra en las afueras de la Ciudad de México, (Tlalnepantla), y la siguiente leyenda se desarrolle en ese lugar,es un relato bastante increíble...

La noticia de la muerte del padre Anselmo Martinez se extendió rápidamente por toda la colonia donde vivía. Tenía 84 años de edad, de los cuales los 10 últimos los había pasado en México, pues quería morir aquí, de manera que pidió a su orden permiso para vivir los años de su jubilación en nuestro país. Fue quizás el sacerdote más querido; continuamente se le veía visitando enfermos y caminando por las calles de la colonia saludando a su rebaño, pues era un pastor de almas. Hasta el último día de su vida se preocupó por cumplir con sus obligaciones, repartiendo las despensas y dinero a los necesitados; en la noche entregó su alma al Creador. Fue un funeral memorable, asistió mucha gente, incluso aquellos que no formaban parte activa de la iglesia. La tristeza en el ambiente era generalizada y casi tangible.

El cuerpo del padre Anselmo fue colocado cuidadosamente en el centro de la iglesia, al pie del altar, para que los feligreses rindieran un último homenaje a tan buen hombre. Toda la colonia se movilizó en autobuses, microbuses, taxis y autos particulares para acompañar al padre Anselmo a su última morada en el Panteón Jardines del Recuerdo. Nadie había visto un cortejo tan numeroso, incluso los sepultureros pensaron que el fallecido era un político, otros que un narcotraficante, pero no supieron su identidad hasta que días después, ya acomodada la tierra, se colocó la lápida que decía:

"R. P. Anselmo Martinez, mantenemos sus restos entre nosotros, su alma ya con Dios está".

Tiempo después los sepultureros empezaron a notar actividad extraña cerca de la tumba del padre Anselmo, pues pese a poner tanto empeño en cuidar el pasto de la tumba, este siempre aparecía maltratado por pasos. A menudo se observaban también dos círculos, los sepultureros pensaron que quizás la gente que visitaba la tumba era la responsable de estas marcas y por ello se quedaban cerca para revisar que no pisaran el pasto. No obstante, nunca vieron a algún visitante pisar la tumba ni maltratar el pasto y mucho menos el objeto con el que marcaban los misteriosos círculos. Una noche, Vicente Cortés uno de los jardineros encargados de la sección del padre Anselmo, decidió quedarse a cuidar, pues todos creían que las marcas eran de un bromista. Nada raro vio Vicente.

Cuando casi eran las 2 de la mañana, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, algo helado había pasado a su lado, su piel se había erizado, sus pies inmóviles no respondieron a sus impulsos de correr. La sombra que había pasado junto a él se detuvo frente a la tumba del padre Anselmo, ante la mirada aterrorizada de Vicente, esta se arrodilló y se mantuvo así un gran rato. Vicente estaba parado en un rincón del muro donde terminaba el jardín en el que reposaban los restos del padre. Observaba en dirección a la tumba; su terror había pasado y se había convertido en curiosidad, pues ahora que sus ojos ya se habían acostumbrado a diferenciar la sombra de la oscuridad del panteón, pudo distinguir que parecía pertenecer a un hombre, pues era esbelta y alta. Después de lo que a Vicente le pareció una eternidad,la sombra se levanto y regreso; cuando paso junto a él, sintió ese frío que se colaba en sus huesos. Fue entonces que Vicente se pasó a retirar a su casa, en la parte superior del panteón. Al día siguiente, todo lo que había visto le pareció un sueño, o quizá el fruto de su imaginación. No quiso contar la historia por miedo. Al llegar al jardín para podar el pasto, se acerco a la tumba del padre Anselmo, ya no se sorprendió al encontrar los círculos y supuso que correspondían al lugar donde permanecían hincados.

La noche siguiente Vicente salió de su casa, eran las 11, y así dieron las 12 en su reloj, a su lado volvió a pasar una sombra oscura, nuevamente sintió miedo, la sombra se arrodilló ante la tumba del padre Anselmo, el se armó de valor y se acercó a escuchar, pero al oír algunos murmullos,su miedo pudo más y se echó a correr. Se dice que la bondad y el espíritu de servicio característicos del padre Anselmo, son la causa por la que muchas almas vecinas que comparten el mismo lugar de descanso buscan la confesión con el sacerdote, y entre algunos sepultureros aseguran que el alma del padre Anselmo todavía sirve a su prójimo aún después de muerto.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El difunto ahorcado

El domingo 7 de marzo de 1749, en la Ciudad de México, por el Palacio del Arzobispado; los habitantes vieron pasar a una mula, en la que iba montado un indígena y este sostenía a un caballero para que no se cayera. Tal caballero era el cadáver de un portugués y haciéndoles compañía iba a su lado el pregonero, a la usanza de la época, tocando la trompeta para hacer público el delito que dicho hombre había cometido.

Los habitantes de México se enteraron que hoy día domingo, a las siete horas de la mañana, mientras oían misa los presos en la cárcel de la Corte, este hombre se hizo el enfermo, y se quedó en la enfermería; el cuál estaba en la cárcel porque había asesinado al alguacil del penal de Iztapalapa, y sin que nadie lo sospechara ni lo viera se ahorcó. Cuando terminó la misa, lo buscaron los carceleros encontrándolo sin vida; informaron éstos a los alcaldes de la Corte, los cuales hicieron las averiguaciones correspondientes para saber si había algún cómplice en este delito, se pidió licencia al Arzobispado para que se ejecutará la pena capital, a la que había sido condenado por el crimen que había cometido.

Pero ese día se festejaba el Día del doctor Tomás de Aquino y no se permitían las ejecuciones; pero por los delitos cometidos, concedió la comunidad eclesiástica se realizara en la plaza Mayor, como escarmiento para todos aquellos que cometieran los mismos actos. Todo lo presenció el pueblo, pues bien sabían que la Inquisición ponía en manos de la autoridad civil al reo, pues quemaban la imagen si se se encontraba ausente, o en su caso, se desenterraban los huesos si ya estaba muerto. Después de pasear el cadáver por toda la ciudad, la comitiva y el portugués hicieron alto en la Plaza Mayor y el difunto fue ahorcado frente al Palacio Real.

Todo el procedimiento se ajustó al ajusticiamiento de los vivos, a excepción de no llevarles el Cristo de Misericordia, que era costumbre para ejecutar a los sentenciados, pero siempre y cuando no fueran suicidas o impenitente como era el caso del portugués. Después de realizada la ejecución, comenzó a soplar un viento tan fuerte que las campanas de la iglesia se tocaban solas, las capas y los vestidos de las personas presentes, así como los sombreros volaban con fuerza. Era tal la superstición de la gente diciendo que ese aire tan fuerte era porque el portugués tenía pacto con Satanás y que ese caballero era el mismísimo diablo.

La gente curiosa, se acercaba y le hacía cruces, los jóvenes lo apedrearon toda la tarde, hasta que los ministros dieron la orden de llevarse al ahorcado a San Lázaro, donde fue arrojado a las aguas sucias y pestilentes del lago.

La mulata de Córdoba

Cuando la Santa Inquisición y el Santo Oficio tocaron tierras mexicanas, en la villa de Córdoba existía una mujer mulata de reconocida belleza, quien se dedicaba a curar mediante hierbas, lo cual alertó a sus vecinos; sin embargo como seguía asistiendo a misa, los rumores contra ella se calmaron. Sin embargo el alcalde de Córdoba se enamoró de ella y al no ser correspondido la denunció al Santo Oficio, este la juzgó y encontró culpable de brujería, por lo que su sentencia fue la muerte, probablemente en la hoguera. Mientras esperaba a que se cumpliera su sentencia en la cárcel, pidió al vigilante de la celda un gis, el cual consiguió y se puso a dibujar un barco en la pared de la celda, una vez que terminó le pregunto al vigilante: - “¿Qué le hace falta al barco?”A lo que el vigilante respondió:- “navegar.” Ante esa respuesta la mujer sonrió y le dijo: -“Pues navegará.” Después brincó hacia la pared y para sorpresa del vigilante, el barco en la pared se movió hasta desaparecer junto con la mulata. Después de la desaparición de la mujer nadie creyó la historia del vigilante y lo creyeron demente por no poder comprobar lo que él había experimentado.

La Roca Encantada

Ubicación: Actualmente Delegación de Tlalpan

Al sur de la Ciudad de México, en la población llamada Fuentes Brotantes, se encuentra un arroyo que lo atraviesa. Es un lugar en donde los pobladores nativos son fervorosos creyentes católicos. A mitad del poblado, junto al arroyo, se encuentra una piedra de dimensiones enormes, que más que piedra realmente es una roca, pero los pobladores le han llamado siempre la piedra. Cada dos años, en las siguientes fechas, el 24 y 31 de diciembre, la piedra desaparece y en su lugar aparece una tienda miscelánea y la gente que va de visita entra a comprar algo, al momento que entra, la tienda se cierra y nuevamente aparece la piedra encantada.

Se dice, se rumora, que en el interior de dicha roca se encuentran cavernas que conducen a distintos destinos y han sido pocos los que han logrado salir de allí, eligiendo la caverna correcta. También se cuenta que allí es el refugio de la llorona, que sale por las noches a caminar por la orilla del arroyo y llega hasta el pequeño lago que se encuentra en el poblado y en el islote se sienta en las noches en espera de un enamorado; antes del amanecer se refugia en la piedra encantada, y cuando llega la noche se sale de la piedra y se dice que ella lamenta la muerte de sus hijos, llegando al punto a matar a las personas del pueblo.

Las personas dicen que si la llorona no llegara en el momento que la piedra se cierra en la madrugada, la llorona desaparecería. Pero ellos dicen que sería imposible, porque nadie quisiera verla ni acercarse a esa piedra antes de que ella llegara.

martes, 8 de septiembre de 2015

La calle del Puente del Clérigo

En 1649, vivió el sacerdote Don Juan, quien cuidaba a su sobrina Doña Margarita Jáuregui ya en edad núbil.Don Duarte Zarraza, caballero portugués de buena presencia, conoció a Doña Margarita en una fiesta virreinal y la cortejó hasta hacerse novios. Don Juan investigó la vida de ese caballero y descubrió que tenía una vida disipada, también deudas y se separó de dos mujeres dejando bastardos. Así que le prohibió a su sobrina seguir el noviazgo, pero hizo caso omiso para tener un romance furtivo. Al caballero portugués también le prohibió lo mismo, ni acercarse a la casa ni al puente cercano. Como el sacerdote siempre se opuso al romance, Don Duarte tuvo deseos de matarlo.

Un día Don Duarte fue a casa de su amada para convencerla de escapar, donde se casarían, pero repentinamente vio a Don Juan caminando por el puente. Don Duarte, ya iracundo, llegó al puente, discutió y le clavó su puñal al sacerdote en la cabeza, aquel cayó muerto y lo tiró al agua. Don Duarte se ocultó, porque muchos sabían de la oposición del sacerdote, y después se refugió por casi un año.

Pasado ese tiempo, regresó por Doña Margarita y una noche caminó por aquel puente hacia su casa... no se sabe que le sucedió, pero a la mañana siguiente amaneció muerto, con mueca de terror y estrangulado por un esqueleto sucio, vestido con sotana hecha jirones, que tenía clavado en el cráneo el mismo puñal que él le había clavado al opositor de su amor.

Tiempo después, debido a esa leyenda, al puente y a la calle que después se formó se le llamó La Calle del Puente del Clérigo, y después se renombró a 7a. y 8a. de Allende.


La Isla de las Munecas

La Isla de las muñecas es una isla ubicada en los canales de Xochimilco, a solamente unos cuantos kilómetros al sur del centro de la Ciudad de México y muy cercano al monumental estadio de fútbol Estadio Azteca. Las muñecas rotas y deterioradas de varios estilos y colores se encuentran por toda la isla, estas fueron puestas por el dueño anterior de la isla: Julián Santana. Julián creía que las muñecas ayudaban a ahuyentar el espíritu de una chica quién falleció al ahogarse justo al lado de la isla. Julián falleció de la misma manera y en el mismo lugar donde la chica falleció en el año 2012.
La isla de las Muñecas se encuentra a hora y media del Embarcadero Cuemanco. La única manera de llegar a la isla es por Trajinera (barca). Gran parte de los canales son de tamaño muy estrecho, pero los lugareños saben qué tipo de trajinera cabe para llegar hasta la isla. La mayoría de Rameros (conductores de trajineras) están dispuestos en transportar personas a la isla pero hay unos que son lo suficientemente supersticiosos para no ofrecer el servicio o referirte a otro ramero, incluso intentan evitar mirar en la isla cuándo pasan por ella.
Además de centenares de muñecas colocadas por todas partes, hay también un sanitario para hombres y mujeres, donde cobran 5 MXN Pesos para utilizarlo; hay un museo pequeño con algunos artículos impresos de diarios locales sobre la isla y el dueño anterior; hay una tienda donde puedes ofrecer al habitante de la isla comprar ciertas cosas, pues no todas las cosas estan en venta; hay otras tres habitaciones, una de ellas parece que fue utilizada para ser un dormitorio, en esta habitación se encuentra la primera muñeca que Julián recogió y también está Agustinita, que fue su muñeca favorita. Algunas personas colocan ofrendas alrededor de esta muñeca a cambio de milagros y bendiciones, otras personas le cambian su ropa e intentan darle mantenimiento como forma de adoración.

http://www.isladelasmunecas.com/

La Llorona


Según la tradición mexicana, la leyenda de la Llorona nace donde hoy se encuentra la Ciudad de México.

Existen dos versiones conocidas. La primera, la más conocida y difundida en México, cuenta que hubo una mujer indígena —mestiza en algunas versiones— que tuvo un romance con un caballero español. Como fruto de esta pasión nacieron tres niños, a quienes la madre amaba, cuidaba y protegía. Cuando la joven comenzó a pedirle al caballero que la relación fuera formalizada, este la esquivaba, quizá por temor al qué dirán. Algún tiempo después el hombre dejó a la joven y se casó con una dama española de alta sociedad. Cuando la mujer se enteró, dolida y totalmente desesperada, asesinó a sus tres hijos ahogándolos en un río o apuñalándolos, según otra versión. Luego se suicidó porque no soportó la culpa. Desde ese día se escucha el lamento lleno de dolor de la joven en el río donde se quitó la vida. Luego, ya establecido México, empezó un toque de queda a las once de la noche y nadie podía salir. Es desde entonces que dicen que se escucha un lamento cerca de la plaza de la Patria y que, al ver por la ventana quién llama a sus hijos con tanta desesperación, se ve una mujer vestida enteramente de blanco, delgada y que se esfuma en la Presa Calles.

La segunda versión, que precede a la anterior, es poco conocida, pese a que es la más antigua de todas las leyendas de la Llorona. Cuenta que, antes de la llegada de los españoles a lo que ahora es México, la gente que habitaba la zona del lago de Texcoco, además de temerle al dios Viento de la Noche (Yoalli Ehécatl), podía escuchar en las noches los lamentos de una mujer que estaría por siempre vagando y lamentando la muerte de su hijo y la pérdida de su propia vida. La llamaban Chocacíhuatl —del náhuatl choka, 'llorar', y cihuatl, 'mujer'. Era la primera de todas las madres que murió al dar a luz. Allí flotaban en el aire las calaveras descarnadas y separadas de sus cuerpos (Chocacíhuatl y su hijo), cazando a cualquier viajero que hubiese sido atrapado por la oscuridad de la noche. Si algún mortal veía estas cosas, podía estar seguro de que para él esto era un presagio seguro de infortunio o incluso muerte. Era esta entidad una de las más temidas del mundo nahua desde antes de la llegada de los españoles. Fray Bernardino de Sahagún recogió la leyenda de Chocacíhuatl en su obra monumental Historia general de las cosas de Nueva España (1540-1585) e identificó a este personaje con la diosa Cihuacóatl. Según el Códice Aubin, Cihuacóatl fue una de las dos deidades que acompañaron a los mexicas durante su peregrinación en busca de Aztlán y, de acuerdo con la leyenda prehispánica, poco antes de la llegada de los españoles emergió de los canales para alertar a su pueblo de la caída de México-Tenochtitlán. Vagando entre los lagos y los templos del Anáhuac, vestida con un vaporoso vestido blanco y sueltos los negros y largos cabellos, lamentaba la suerte de sus hijos con la frase: «¡Aaaaaaaay, mis hijos! ¡Aaaaaaay, aaaaaaay! ¡Adónde iréis! ¡Adónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino, hijos míos! ¡Estáis a punto de perderos!... Después de la Conquista de México, durante la Época Colonial, los pobladores reportaban la aparición del fantasma errante de una mujer vestida de blanco que recorría las calles de la Ciudad de México lanzando tristes alaridos, pasando por la Plaza Mayor (antigua sede del destruido templo de Huitzilopochtli, el mayor dios azteca e hijo de Cihuacóatl), donde miraba hacia el oriente, y luego siguiendo hasta el lago de Texcoco,donde se desvanecía entre las sombras.